domingo, 28 de diciembre de 2014

JOHN WESLEY HARDING


Frente al colorido paisaje caleidoscópico de San Francisco, un monocromo y agreste paisaje rural; frente a conejos blancos, pistoleros del lejano Oeste; frente a constelaciones zodiacales, visiones de un/el apocalipsis; frente a la (auto)indulgencia y los excesos del Verano del Amor, ascetismo. Las canciones del que suponía el octavo disco de Bob Dylan parecen enfrentar dos mundos, dos maneras de crear música; así, sea cierto o no, la imagen de unos Beatles ocultos tras el árbol que asoma en la portada de John Wesley Harding sirve de jocosa y curiosa metáfora. Subido a la parte de atrás de una destartalada carreta y en compañía de peregrinos, forajidos, santos y mártires, el de Minnesota emprende un viaje por apartadas veredas antaño transitadas, viaje que nos llevará de regreso a la tierra, al campo. Canciones que parecen escritas en los márgenes de una ajada Biblia, crípticas parábolas de una musicalidad sorprendente, arropadas por un sonido orgánico y lleno de vida: la melodiosa e infecciosa línea de bajo de Charlie McCoy en "As I Went Out One Morning", el ritmo de vals que imprime la sublime batería de Kenny Buttrey en "I Pity The Poor Inmigrant", la tan firme como etérea base blues de "Dear Landlord", el dulce corazón country de "I'll Be Your Baby Tonight"... No importa las veces que uno acuda a él o el tiempo que haya transcurrido desde la ocasión anterior, la continuación del mercurial, torrencial Blonde On Blonde establece una íntima e instantánea conexión con el oyente, un fogonazo al que, por supuesto, no es ajeno el trabajo vocal de un pletórico bardo (cojamos al azar "I Dreamed I Saw St. Augustine" o "The Wicked Messenger"). Tan solo nueve horas en el estudio de grabación para un pequeño gran triunfo con el que Dylan volvía a trazar una línea en el camino que otros seguirán un año después, una nueva senda que aquellos recorrerán ya sea ensuciando las de por sí mugrientas paredes de un aseo tras un mefistofélico festín, corriendo un tupido velo blanco sobre su archifamosa criatura, horadando el pasado y futuro de la música americana desde la Gran Rosa o lanzando besos a las hermosas chicas del rodeo.



jueves, 18 de diciembre de 2014

FRANCES THE MUTE


Tras enterrar en los albores del nuevo milenio a su anterior banda, At The Drive-In, el guitarrista Omar Rodríguez-López y el vocalista Cedric Bixler Zavala dieron forma a un nuevo proyecto con el que dar rienda suelta a su vertiente más arriesgada y experimental: The Mars Volta. Producido por Rick Rubin, su primer larga duración (De-Loused In The Comatorium, 2003) estaba inspirado en la muerte de su amigo Julio Venegas, un artista que se había suicidado después de sobrevivir a un coma inducido por una sobredosis. Convertido en un sorprendente éxito de crítica y público, su continuación nos llegaría dos años después. Abrazando de nuevo el formato conceptual, en esta ocasión tendría su luctuoso origen en unos diarios encontrados en posesión del teclista e ingeniero de sonido del grupo, Jeremy Michael Ward, fallecido por una sobredosis de heroína tras la edición del susodicho debut. De esos escritos, en los que un huérfano narraba la búsqueda de sus raíces, saldría la inspiración para Frances The Mute a través de cuyos surcos conoceremos la historia de Vismund Cygnus, apartado de su madre sordomuda nada más nacer por los mismos sacerdotes que la violaron y asesinaron, objeto ahora de la caza de un Vismund, drogadicto y seropositivo, que vende su cuerpo buscando infectar a los culpables. Jodorowsky en ácido soñando a Buñuel. Un cuento bilingüe de sexo, muerte, culpa, venganza y ¿renacimiento? narrado por las crispadas, retorcidas -y finalmente bellas- melodías vocales de Cedric.


Sin Rubin para coartar su visión, Omar Rodríguez-López se erige en director/dictador del combo obligando a los músicos -al igual que en los inconmensurables discos eléctricos de Miles Davis- a grabar sus partes sin conocer ni escuchar el trabajo previo de sus compañeros. "Cygnus... Vismund Cygnus", "Miranda That Ghost Just Isn't Holy Anymore" y la monumental (¡32 minutos!) "Cassandra Geminni": tres suites, con sus respectivos movimientos, proyectando abigarradas sombras de rock progresivo, enajenada psicodelia, free jazz, vanguardia atonal, ritmos afro-cubanos, música ambiental o furia hardcore; la oscura súplica de "The Widow" (único tema que se pliega al formato "tradicional" de canción) y el brillante número latino de "L'Via L'Viaquez". Cinco temas mutantes, cinco composiciones corruptas que se extienden más allá de la hora y cuarto de duración sin solución de continuidad, merced a los interludios y pasajes que terminan de dar forma a una propuesta -la de los chicos de El Paso- que no todos aceptarán. Una propuesta excesiva, perturbadora pero también desafiante y apasionada. Del oyente dependerá hincar la rodilla sin armisticio previo o llegar al final. Una experiencia que en tiempos de consumo adocenado, aleatorio (y digital), volvía a poner de relieve la figura del álbum, del disco, como objeto artístico total. Un todo donde letras, música, portada, títulos, presentación, fotos participan de una misma experiencia. La del arte vivo. La del arte con mayúsculas.

viernes, 12 de diciembre de 2014

MIS 10 DE...


1) Soup (Blind Melon)
2) Tomorrow The Green Grass (The Jayhawks)
3) Forever Blue (Chris Isaak)
4) Dopes To Infinity (Monster Magnet)
5) Grand Prix (Teenage Fanclub)
6) Alice In Chains (Alice In Chains)
7) Walk On (John Hiatt)
8) Stanley Road (Paul Weller)
9) Mirror Ball (Neil Young)
10) Washing Machine (Sonic Youth)

lunes, 8 de diciembre de 2014

SOUP


En plena fiebre "alternativa", que tu debut fuese grabado en la ciudad de Seattle bajo la supervisión de Rick Parashar (que por entonces gozaba de las mieles del éxito merced a su trabajo en el Ten de Pearl Jam) como poco te garantizaba la atención inmediata de los medios. Si encima, como mascarón de proa contabas con un single irresistible, no podías esperar -como así fue- más que el éxito. Dicha canción ("No Rain") transmitía alegría, placidez y jovialidad, sensaciones acentuadas por su correspondiente vídeo, con los miembros de la banda ataviados con abalorios y ropajes de los 70 en un bucólico entorno. Poco importaba que, aun siendo una canción fantástica, no fuera el reflejo fiel de lo que en su interior podíamos encontrar: unos neo-hippies de los 90 transitando a su manera el camino hollado en el pasado por grupos como Grateful Dead, Allman Brothers o Lynyrd Skynyrd, diferenciándose así de muchos de sus contemporáneos. Con cuatro millones de copias vendidas de su álbum homónimo y tras ejercer de teloneros para estrellas como Lenny Kravitz, los Rolling Stones o Guns N' Roses, para su segunda obra Blind Melon se trasladan junto al productor Andy Wallace a la ciudad de Nueva Orleans. Ésta, con su mezcla de colores y culturas, su locura, su bullicio y su decadencia, se harán notar en todos y cada uno de los cortes de Soup. Frente al espíritu jammy que invocaba buena parte de su estreno discográfico, las nuevas composiciones son el resultado de la indudable madurez de unos músicos capaces ahora de reflejar mil y un matices en canciones que nunca sobrepasan los cuatro minutos. Sostenidos sobre la imaginativa batería de Glen Graham -con esas paradas que le hacen desaparecer del cuadro para asomar de nuevo impulsando la canción a nuevos e impredecibles territorios- y los personalísimos arabescos de las guitarras de Christopher Thorn y Roger Stevens, los nuevos temas semejan un tapiz salpicado de bellas y complejas filigranas. Mosaico de sonidos acústicos y grooves eléctricos; banjos, kazoos, vientos, pianos y cuerdas; jazz callejero, psicodelia y folk. Respirando la libertad de miras de obras como Nothing's Shocking o Led Zeppelin III. Y por encima, completando el mosaico, Shannon Hoon con su emocional y emocionante voz convertida en estremecedora correa de transmisión de las más puras y duras sensaciones: el desamparo, la necesidad de empatizar, el recuerdo de los que no están con nosotros, el vértigo de no saber cómo pedir ayuda, la esperanza ante una tan aterradora como deseada paternidad. Poco importa que ni la crítica ni el público lo entendiese, a los que Soup nos lleva acompañando casi veinte años nos basta con sumergirnos en él, perdernos en cada uno de sus vericuetos y dejar que ese reconocible temblor estremezca de nuevo nuestro cuerpo. Algo que sólo la música surgida del alma, de la vida, puede lograr.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

ALL THOSE WASTED YEARS


Lo tenían todo, tenían la imagen, tenían la actitud, tenían las influencias adecuadas, ¡si hasta el nombre con el que se bautizaron era irresistible! Pero lo más importante es que Hanoi Rocks tenían las canciones. Y todas están aquí. Grabado un ya lejano mes de diciembre de 1983 en el Marquee londinense, All Those Wasted Years recoge a la banda finlandesa en su medio natural: sobre las tablas de un escenario. Capitaneados por Michael Monroe y Andy McCoy, cinco tipos ataviados como piratas, a cuál más carismático, tomando al abordaje a una audiencia rendida desde el mismo instante en que suenan las primeras notas del clásico instrumental "Pipeline" hasta esa paroxística despedida con las relecturas de "Under My Wheels", "I Feel Alright" y "Train Kept-A-Rollin'". En el medio, temas nacidos para robar el corazón a cualquiera que alguna vez hubiera sentido algo por Chuck Berry o Bo Diddley, por los Stooges o Ramones, por el Alice Cooper Group o Mott The Hoople, por cualquiera que en algún momento de su vida hubiese eregido un altar a esa Santísima Trinidad conformada por los Rolling Stones, Aerosmith y los New York Dolls (¿acaso la dupla Monroe/McCoy no eran los dignos herederos de la estirpe Jagger/Richards continuada antes que ellos por David Johansen y Johnny Thunders así como por Steven Tyler y Joe Perry?). "Tragedy", "Back To Mistery City", la ominosa "Taxi Driver", "Oriental Beat", "Don't Never Leave Me" (su "Dream On" particular), "Lost In The City" o esa viñeta ianhunteriana titulada "11th Street Kidzz" destilan una pasión y una urgencia desmedidas (las de la música del diablo interpretada entre las cuatro paredes de un club a pie de calle). Una banda desbocada, devolviéndole -como en la década  de los 50- la juventud y el sex appeal al rock'n'roll. Con el toque justo de rímel. Lo tenían. Vaya si lo tenían.

jueves, 27 de noviembre de 2014

GOODBYE YELLOW BRICK ROAD


Bienvenidos a los 70, donde lo excesivo y lo excelso se confunden y solapan: segunda referencia en un año (1973), sexta en la incipiente década (sin contar un álbum en directo y una banda sonora) y por encima doble. Siguiendo la estela de los Rolling Stones, Elton John se trasladaría a Jamaica para registrar la continuación del título que le había consagrado definitivamente como una superestrella (Don't Shoot Me I'm Only The Piano Player) pero encontrándose con que las prestaciones del estudio caribeño dejaban mucho que desear al artífice de "Rocket Man" no le queda otra cosa que hacer que -confinado en la habitación de su hotel- escribir música para las letras que le había dejado su compinche Bernie Taupin. Para cuando se juntaron nuevamente en el parisino Château d'Hérouville ("No hay nada como el hogar, Totó") contaban con una colección de canciones suficiente para ocupar los surcos de dos discos y si Dylan, los Beatles o The Who ya lo habían hecho, por qué no ellos. De nuevo bajo la batuta del productor Gus Dudgeon, Goodbye Yellow Brick Road no sólo ahonda en la sensibilidad pop que inundaba las canciones de su predecesor sino que sus matices se multiplicaban, disparándose en todas direcciones como si de una explosión de confeti se tratase. Rock progresivo, baladas, glam o vivaz y gozoso rock'n'roll; todo acompañado de imperecederas melodías alumbradas en technicolor y bañadas en caramelo que sin embargo no obvian un regusto agridulce e incluso en ocasiones amargo (el que dejan el desencanto y los abismos de la fama cuando los focos dejan de cegar). Un paseo por un mundo de fantasía donde lo de menos es si éste resulta producto de un sueño o de una febril imaginación. Poco importará eso cuando nuevamente resuenen las primeras notas de "Funeral For A Friend/Love Lies Bleeding" y sin prejuicios nos veamos arrastrados al centro del tornado. Bienvenidos a Oz.

  

viernes, 8 de agosto de 2014

LA IZQUIERDA DEL DIAL

Intenso y extenso (más de 550 páginas), Nuestro Grupo Podría Ser Tu Vida ocupa con todo merecimiento un lugar de excepción entre los títulos dedicados a la música rock. Con el subtítulo Escenas del indie underground norteamericano 1981-1991, el libro de Michael Azerrad nos sumerge de lleno en unos años donde mientras las ciudades de EEUU se llenaban de gente sin hogar desde las instituciones se predicaba que "América estaba de vuelta" o mientras más y más personas eran expulsadas del sistema éstas tenían que escuchar que había un nuevo "amanecer en América" ("America Is Back" o "Morning In America" fueron algunos de los eslóganes que llevaron a Reagan a la Casa Blanca). Unos años donde cualquier atisbo de pensamiento progresista o solidario era tachado de atentar contra el sistema -cuando no contra el país-, el mismo sistema que terminaría convirtiendo en dogma de fe aquella ecuación que equiparaba el triunfo con la cantidad de dinero que eras capaz de acumular. Nada nuevo bajo el sol. En esta coyuntura, Black Flag plantarían la semilla del hardcore sirviendo de inspiración para que -reinventando aquella máxima del "hazlo tú mismo"- decenas y decenas de jóvenes formasen sus propios grupos dando pie así a una escena donde músicos y público, sellos discográficos y emisoras de radio universitarias, fanzines y clubs formaban una misma red basada en el colectivismo y el asociacionismo.

La filosofía straight edge de Minor Threat, el globo etílico de The Replacements, el cosmopolitismo artístico e intelectual de Sonic Youth o el circo bizarro de Butthole Surfers son algunos de los retratos que dibuja la pluma militante de Azerrad (la lista la completan, hasta llegar a trece, los citados Black Flag, The Minutemen, Mission Of Burma, Dinosaur Jr, Big Black, Hüsker Dü, Fugazi, Mudhoney y Beat Happening). De manera vívida somos transportados a esa convulsa escena, a veces violenta, siempre excitante; viajaremos en el interior de destartaladas furgonetas, asistiremos a conciertos con audiencias de seis personas, veremos peligrar nuestra integridad física en conciertos atestados de jóvenes punks sobrados de testosterona y frustración, dormiremos en suelos regados con orina de gato pero también veremos nacer sellos discográficos sin los que no se podría entender parte de la mejor música surgida en las décadas de los 80 y los 90 (SST, Dischord, Sub Pop...), seremos testigos de cómo -muchas veces entre las cuatro paredes de destartalados sónatos- surgieron las canciones que terminaron nutriendo discos seminales como Double Nickels On The Dime, Let It Be, EVOL o Zen Arcade. Seremos, en fin, privilegiados observadores de tantos momentos de gloria como de miseria. ¿Valió la pena? ¿Se aprendió algo? ¿Fue todo un espejismo? Quizá lo único claro, como concluye Peter Prescott, batería de Mission Of Burma, al interrogarse por el legado de su banda es que: "Nunca fuimos una mierda". Lo que no es poca cosa.




miércoles, 23 de julio de 2014

UN CIELO 'IMPOSIBLE'

A todos los que sufren, dudan, están cansados...

"I can't help fighting the feeling
this summer is blind for your shadow eyes
stars get hungry for attention
without looking up i can see the most impossible skies awake
it's not our time, it's horrible I'm awake
it's not our time, looking up i can see the most impossible skies awake
it's not our time, it's horrible I'm awake

Fools cant help fighting the feeling
this summer is blind for your shadow eyes
starve get hungry for attention
without looking up i can see the most impossible skies awake
it's not our time, it's horrible I'm awake
it's not our turn, looking up i can see the most impossible skies awake
it's not our time, it's horrible I'm awake"

("Impossible Sky" - Bend Beyond, Woods)





jueves, 10 de julio de 2014

ESO QUE LLAMAN VERANO


Pues nada, resulta que la Tierra ha seguido girando todo este tiempo, ya nos encontramos en la séptima hoja del calendario y a los que no tememos quemarnos los ojos mirando fijamente al sol, a los que nos pasamos el resto del año anhelando -mendigando- un mínimo haz de luz, por fugaz que sea, nos queda escoger las canciones que acompañen nuestras ensoñaciones bañadas en salitre. Preferiblemente, canciones que transiten entre la alegría desaforada y la melancolía, canciones como las de Woods y Allah-Las. Los primeros no han dejado de crecer musical y discográficamente hasta llegar a su última obra, el esplendoroso With Light And With Love (editado este mes de abril) aunque antes ya habían entregado referencias tan hermosas como Bend Beyond (2012), donde moran temas deliciosos como la luminosa "Cali In A Cup". Los segundos también son protagonistas este 2014 pues al fin, precisamente cuando el estío nos abandone, verá la luz la continuación de su debut homónimo, uno de los discos que servidor más ha disfrutado estos dos últimos años y donde los Byrds y los Stones circa Aftermath, conviven con Love, The Seeds e incluso Antonio Carlos Jobim (podéis leer la reseña aquí). Ambos grupos -neoyorquinos unos, angelinos los otros- nos regalan composiciones capaz de encapsular ese sentimiento del que hablábamos arriba, ese sentimiento que de manera tan visual y poética quedan registradas por las lentes de una cámara Super 8...




martes, 1 de julio de 2014

10 AÑOS SIN MARLON BRANDO

Diez años sin Stanley Kowalski, sin Terry Malloy, sin Rio, sin el sheriff Calder, sin Vito Corleone, sin Paul, sin el Coronel Kurtz...








... diez años sin el Salvaje.

sábado, 28 de junio de 2014

AFRO-CUBAN


Según la fecha que marca el calendario (29 de marzo de 1955) el invierno ha dado paso ya a la primavera pero ahí fuera los valientes transeúntes siguen apurando sus pasos embozados de la cabeza a los pies mientras el viento, tozudo, se empeña en seguir jugando con las lluvias que se acercan por el Atlántico. Y puesto que tengo conmigo a Hank Mobley y Cecil Payne al saxo tenor y barítono respectivamente, a Horace Silver al piano, a Jay Jay Johnson y su trombón; puesto que cuento también con el bajo de Oscar Pettiford, con la presencia de Art Blakey a las baquetas y ya que se ha pasado por el estudio de Rudy Van Gelder el "conguero" Carlos "Patato" Valdes, por qué no olvidarnos del frío del exterior e intentar conjurar un poco del Caribe en pleno Nueva Jersey. Algo así podría haber pensado el trompetista Kenny Dorham instantes antes de que, calidas, irrumpan las primeras notas de "Afrodisia"; embriagadora desde su título, responde a esos deseos con el calor, el color y el ritmo necesarios para desdibujar fronteras y rendir el tributo necesario que el jazz le debe a África, esta vez -y como en los discos de Machito o Mongo Santamaría- vía Cuba. Composición del propio Dorham, la romántica y sensual "Lotus Flower" nos lleva al centro de la pista de un viejo salón de La Habana, bailando agarrados a una bella señorita ajenos a las miradas de terratenientes, mafiosos y agentes de inteligencia. Quién sabe, puede que el mismo Batista se encuentre entre los asistentes, ajeno a su destino. Hora de calzarse los zapatos del maestro Dizzy Gillespie, hora de "Minor's Holiday", hora de la pasión y el frenesí. Para cerrar la sesión, "Basheer's Dream", único tema que no viene firmado por el trompetista tejano y que partiendo de cierto aroma orientalizante termina hechizando como el descarado vaivén de unas serpenteantes caderas femeninas. Presentados originalmente en formato diez pulgadas, el elepé se completa, ya sin J.J. Johnson ni Valdés -y con Percy Heath ocupando el lugar de Pettiford- con tres temas en clave de hardbop registrados dos meses antes ("K.D.'s Motion", "La Villa" y "Venita's Dance") que a falta de son mantienen constante la temperatura gracias a su swing. Dicho de otra forma: el blues, el gospel, los ritmos afrocubanos; ¿no procede todo del mismo lugar?


domingo, 22 de junio de 2014

CUANDO LAS GUITARRAS 'REPICARON' DE NUEVO

Peter Buck con su Rickenbacker y camiseta de Hüsker Dü : una imagen vale más que mil palabras.

Sus protagonistas lo niegan y seguramente tengan razón: no existió algo llamado Nuevo Rock Americano, o al menos no entendido como un movimiento; no hubo organización ni premeditación aunque, es innegable, sí coincidencias (guitarras y melodías en primer plano, reivindicación de nombres -ya lo  apuntábamos en nuestra entrada anterior- como los Byrds o Neil Young, huida de todo lo que sonase a artificial, retorno a lo básico). Sea como fuere, lo verdaderamente importante es, como dice el periodista Carlos Rego en su "insaltable" libro -volumen que desde su lanzamiento en 2010 se convirtió en uno de mis libros musicales de cabecera- Nuevo Rock Americano, años 80 que "grupos como R.E.M., Dream Syndicate, Green On Red, Long Ryders o Violent Femmes dejaron huella en unos años que el nuevo pop más inofensivo y sintético invadía listas y ondas de medio mundo, y su aparición resultó sin duda capital para preparar la llegada del rock alternativo de los noventa o la aparición del alt-country". Cuánto me habría gustado estar ahí.

Conquistando el mundo bajo el estandarte del jangle sureño. 


Descendiendo a los abismos de la electricidad.
   

Sombreros, botas de cowboy, actitud y decibelios.


The Del-Lords o el difícil arte de la sencillez.
  

Distinguidos alumnos de la añeja tradición orfebre.
   

Polvo, herrumbre y tradición.
 

Caleidoscópicos hijos del Revolver.
 

martes, 17 de junio de 2014

FOR THE COUNTRY


Formados en Boston a principios de los 80 por dos jóvenes compositores oriundos de Connecticut, Seth Tiven y Kirk Swan, la historia de Dumptruck no es distinta de la de otras bandas que en esos años volverían -en una década llena de pomposa vacuidad disfrazada con hombreras- a poner en valor una forma de entender la música que echaba la vista atrás al folk y el rock de los 60 y a nombres por entonces casi olvidados como los Byrds, Big Star o The Velvet Underground.

 En el caso que nos ocupa, Dumptruck -que en realidad era el proyecto de sus dos fundadores: ambos componían por separado, ocupándose de la voz y las guitarras cuando se trataba de defender su tema, relegando al bajo al otro, necesitando de esta manera tan solo un batería para registrar las canciones- teñirían su sonido además con una espesura heredera del afterpunk, convirtiéndose ésta en la seña de identidad de su debut, D Is For Dumptruck (1984). Espoleados por el apoyo recibido de las radios universitarias, dos años después llega su continuación, Positively Dumptruck, pero -oh, sorpresa- las relaciones entre ambos líderes llegan a tal punto de deterioro que Kirk Swan dejará el grupo dejando a Seth Tiven en la tesitura de continuar al frente de la nave o abandonar él también el barco. La discográfica le pide un nuevo trabajo así que ficha un nuevo guitarrista y un nuevo bajista (Kevin Salem y Tom Shad, respectivamente) y junto al batería Shawn Devlin viajan a los estudios Rockfield, en Gales, para grabar bajo la batuta del productor Hugh Jones (Echo And The Bunnymen o The Damned, entre otros) su tercer y a la postre último elepé (al menos hasta su reaparición en la siguiente década). For The Country (1987) será su nombre y en él ya no queda rastro de Ian Curtis poniéndose el énfasis en la dimensión más clásica -más americana, podríamos decir- de su sonido, dando como resultado un trabajo redondo y atemporal. Contando por primera vez en su carrera con un estudio de primera categoría las once composiciones, todas obra de Tiven, reflejan un estado de ánimo en el que no es difícil adivinar el influjo de la ruptura con su antiguo colega. Canciones como "Island", donde su autor nos pide expresamente que abandonemos dicho paraje y le dejemos solo, ese intento de desentrañar los entresijos de las relaciones humanas que responde al nombre de "Friends" o "Hung Out On A Line" y su verso de apertura ("I'm looking for solitude"), en todas late un deseo de encontrar un lugar en el mundo, de encontrarse a uno mismo, en definitiva, aunque para ello haya que renunciar a la compañía de otros seres humanos: para qué, si éstos no hacen más que dañarse los unos a los otros ("What are friends for anyway?", resuena en una de las canciones).

 La combinación de acústicas y eléctricas, la aportación del músico inglés BJ Cole al pedal-steel, el sustento proporcionado por un ocasional Hammond, sumado a la pericia instrumental del nuevo guitarrista -un Kevin Salem que se destapa también ocupándose de las segundas voces- ayudan a expandir el impacto de fantásticos himnos de (nuevo) rock americano como "Wire" o "50 Miles", el country trotón teñido de jangle de "Going Nowhere", el imperecedero tema titular o la desarmante belleza acústica de "Dead Weight". No es For The Country un álbum que volase tan alto como sí lo hicieron clásicos ya indiscutibles de nuestra música caso de Murmur o The Days Of Wine And Roses; ni siquiera, y aunque es tentador hacer semejanzas con el universo de Jeff Tweedy (empezando por la misma dinámica interna del grupo, que "copiarán" casi punto por punto Uncle Tupelo) Dumptruck gozarán del culto de coetáneos como Rain Parade, pero sin duda ambos -disco y grupo- merecen su lugar en la pequeña gran historia de eso que se dio en llamar Nuevo Rock Americano.




miércoles, 11 de junio de 2014

SEVERAL SHADES OF WHY


El amor, el desamor, los anhelos; el extrañamiento ante la vida, en definitiva. El corazón folk de las canciones, claro. Todo eso ya estaba ahí antes, camuflado (¿escondido?) bajo los muros de distorsión que forman la dura y escamosa piel del Dinosaurio Hijo. Pero, ¿y la ternura?, quizá también llevase ahí todo el tiempo mientras en vano intentábamos no perdernos en pleno corazón de la tormenta eléctrica; de todos modos, cuando llegó a nosotros el primer disco acústico de J Mascis (al menos el primero grabado en estudio) la pudimos sentir, y de qué manera. Las 10 canciones que dan forma a Several Shades Of Why -registradas cuatro años después del glorioso retorno de la formación original de Dinosaur Jr.- podrían ser la respuesta a la, por entonces, reciente paternidad del indiscutible líder de los artífices de Bug (echemos un vistazo a la preciosa portada del álbum) o tal vez sea cosa nuestra que, desarmados ante tanta belleza, buscamos cualquier explicación. Con la inestimable ayuda de colegas como Kurt Vile, Sophie Trudeau (Godspeed You! Black Emperor) o Ben Bridwell de Band Of Horses, Mascis entrega un cancionero cincelado por el atemporal sonido de las guitarras acústicas (con sorprendentes fogonazos eléctricos como la coda que cierra "What Happened" y, de paso, el disco) y su voz quejumbrosa -incluso bobalicona- de adolescente protestón. Como si de un After The Gold Rush del siglo XXI se tratase, tonadas de espíritu trobador se pasean entre Nick Drake y el folk inglés (las cuerdas que visten el tema homónimo), los aromas de Laurel Canyon y el sonido de la Costa Oeste (los coros y armonías de "Not Enough", los preciosos punteos de la todavía más preciosa "Is It Done") y por supuesto, el Neil Young más desgarrado ("Very Nervous And Love"). Simplemente apuntes, nombres, para enmarcar este emocionante, hermoso e íntimo viaje musical que, volviendo a las líneas con las que dábamos comienza la entrada, transita a la vez -como la vida- entre la tristeza y la alegría.


viernes, 6 de junio de 2014

MIS 10 DE...


1) On The Corner (Miles Davis)
2) Head Hunters (Herbie Hancock)
3) Get Up With It (Miles Davis)
4) Straight Life (Freddie Hubbard)
5) Alive! (Grant Green)
6) Ethiopian Knights (Donald Byrd)
7) Fat Albert Rotunda (Herbie Hancock)
8) Root Down: Jimmy Smith Live! (Jimmy Smith)
9) Power Of Soul (Idris Muhammad)
10) He's Coming (Roy Ayers Ubiquity)

domingo, 1 de junio de 2014

GRANT GREEN ALIVE!


Tras un hiato de varios años, en 1969 Grant Green volvía a la que había sido su casa durante toda su carrera musical (Blue Note) para iniciar una segunda etapa caracterizada -al igual que la de otros veteranos de la escena jazzística como Donald Byrd- por la apertura a los sonidos que estaban haciendo época, caso de ese terremoto que de la mano de James Brown había removido los cimientos de la música popular negra y que había sido bautizado como funk. Estos veteranos entendían que no había nada de malo en dar a un público potencial ávido de diversión lo que éste esperaba y demandaba. Con esta intención público -y músicos- se acercaron al club Cliché Lounge, en Newark, una lejana noche del 15 de agosto de 1970. El guitarrista de Saint Louis se presentaría acompañado de Claude Bartee al saxo tenor, Ronnie Foster al órgano, el incomensurable Idris Muhammad a la batería, William Bivens al vibráfono y Joseph Armstrong a las congas. Dejando bien claras sus intenciones al abrir con una recreación del tema de Kool & The Gang, "Let The Music Take Your Mind", los seis intérpetres se hacen, gracias a su vibrante e infecciosa relectura, no sólo con las mentes de los oyentes sino también con sus cuerpos. Tomados entonces como rehenes llega un merecido descanso con "Time To Remember", original de Neal Creque, quien sustituye en los teclados a Ronnie Foster para defender su composición -todo intimidad- coloreada por la sutil digitación de Green y el sonido del vibráfono de un William Bivens erigido en estrella del número. El club propiedad de Charlie Langston volverá a incendiarse cuando, sostenido por la milimétrica precisión y el sentido del ritmo de Idris Muhammad (que nadie lo dude, uno de los mejores bateristas de la historia) de inicio la celebre "Sookie Sookie" de Don Covay; se suceden los solos de guitarra, primero, saxo después y, en tercer lugar, órgano, saludados con una oleada cada vez más incontrolada de aullidos y vítores. El momento estrella de la noche. Planteada como homenaje a Wes Montgomery, de ahí que cuente con los solos más extensos del autor de Idle Moments"Down Here On The Ground", con su atmósfera relajada y cinematográfica -no podía ser de otra forma tratándose de una composición de Lalo Schifrin- pone fin a la velada. Velada de la que dudo que alguno de los asistentes, de vuelta a New Jersey, pudiera sentirse mínimamente defraudado; como no lo estará cualquier enamorado a la música interpretada sobre las tablas que se acerque por primera vez a este Alive!.

 

miércoles, 28 de mayo de 2014

¿DE DONDE SE NACE O DE DONDE SE PACE?


Aunque tienen su centro de operaciones en Brooklin los miembros de Parquet Courts son de Texas pero no encontrarás rastro de sonidos sureños en su propuesta, nada de añejo rock'n'roll o rhythm and blues, nada de country, nada que remita a algo anterior a 1978. Television, Sonic Youth, el post-punk, The Fall, Buzzcocks, los Pavement del primer disco... su música es un pantagruélico bocado a la Gran Manzana, lo más neoyorquino que te puedes encontrar hoy día. Aprovechando que la próxima semana editan su segundo álbum (tercero si contamos su debut en formato casete, American Specialties) no está mal recordar su anterior referencia, el adictivo Light Up Gold. Guitarras en continua tensión, 15 temas en poco más de media hora; si los Strokes personalmente me invitaban a abrazar con todas las fuerzas mis discos de Rory Gallagher, Parquet Courts me invitan a querer montar una banda de art-punk... si aún tuviese 20 años, claro.


martes, 20 de mayo de 2014

SLAUGHTERHOUSE


Desde luego no se puede decir que el mocoso de Ty Segall se tomase el 2012 como año sabático. A saber: Twins, quinta referencia discográfica bajo su nombre; esa joya a reivindicar bautizada como Hair y que escondía un disco compartido (split, que dicen los anglosajones) con Tim Presley (otro músico hiperáctivo, conocido artísticamente como White Fence) y, por último, el disco que protagoniza la entrada de hoy. Firmado como Ty Segall Band presenta -el nombre del proyecto no deja lugar a dudas- al rockero de San Francisco acompañado en el estudio por su habitual banda de directo, ésto es, Emily Rose Epstein a la batería, Mikal Cronin al bajo, y la guitarra de Charles Moothart. Los tres, junto al ex-Epsilon, ponen en la cadena de despiece los cuerpos inertes de los Stooges, Black Flag, Hawkwind o Black Sabbath y nos los devuelven en forma de once canciones maravillosamente imperfectas surgidas de la más espontánea, intuitiva y abrasadora inspiración. En palabras de Segall: "evil space rock"... y no andaba desencaminado. "Death" es como viajar al espacio sabiendo que no volverás a pisar la tierra. "I Bought My Eyes", un tema pop travestido de garage punk que nos abre las puertas del homónimo "Slaughterhouse", desquiciado grito de ayuda desde el lúgubre sótano de un asesino lunático. "The Tongue" se desliza por un tobogán mohoso salpicado de cuchillas oxidadas, un "Helter Skelter" 2.0. Adictiva, punzante, peligrosa, "Tell Me What's Inside Your Heart" da paso a la segunda mitad del álbum que se inicia con la gigante y monolítica "Wave Googbye", el despertar de un ser antediluviano surgido de un brumoso y ominoso paisaje fuera de este tiempo. Frente al sonido proto-metálico de ésta, "Muscle Man" es un "simple" rock'n'roll de minuto y medio que nos prepara para las dos versiones que adornan el disco: un tema de Fred Neil, "That's The Bag I'm In" y el "Diddy Wah Diddy" de Bo Diddley, ambas tratando tu cerebro como una batidora. Cerca ya del final un nuevo ejercicio de lacerante garage de inspiración lo-fi, "Oh Mary", es absorvido por el agujero negro de "Fuzz War" (¿con semejante título hace falta decir más?), trip psicodélico de diez minutos de distorsión y retroalimentación guitarrera que cierra las puertas del matadero dejándote con ganas de más. Slaughterhouse podría ser -con todas las salvedades necesarias, que todavía no hemos perdido la cabeza- el Funhouse de las nuevas generaciones si éstas no estuviesen "secuestradas" por el hype de turno (¿alguien ha dicho The Black Keys?); y es que, a diferencia de éstos, a Ty Segall, aún con su pinta de surfero californiano becado en Berkeley, no le importa mancharse las manos de sangre.

miércoles, 14 de mayo de 2014

ATLAS


¿Recuerdas los veranos de entonces, esos veranos de tu juventud donde los relojes no tenían razón de ser y el sol era un cómplice más? ¿Esos veranos de camaradería inquebrantable, de amistades insobornables? ¿Y esos amores de verano? Parecía que nunca volverías a amar así; y en cierta manera era cierto. Entonces agosto iba llegando a su fin y lo que hasta ese momento parecía eterno se convertía, con el único aviso de las primeras nubes, en una frágil ilusión. No te rías, sé que lo recuerdas. Te detenías un instante y entonces, comprendiendo al fin que nada era eterno desandabas de nuevo el camino emprendido hasta que tus pasos te dejaban, otra vez, en el resbaladizo asfalto mojado por las primeras lluvias. Retén esa sensación un momento, ahí, justo ahí -entre los estertores del verano y las promesas por cumplir que trae el frío- es donde habitan las canciones de la banda de Nueva Jersey, Real Estate. Ahora convertido en quinteto, el grupo de Martin Courtney presenta diez nuevas composiciones que como las de su anterior Days (2011) parten del jangle y de la psicodelia sin excesos para, como las grandes bandas de pop de hace tres décadas, los arreglos y las armonías de guitarra -siempre en primer término- nos vayan desvelando las melodías. Las melodías y sus secretos pues Atlas es la clase de álbum que crece poco a poco y que funciona como un todo sin que eso signifique que no cuente con gemas como "Had To Hear", "Crime", la instrumental "April's Song" o esa "menina" que responde al nombre de "Primitive" y me ha hecho sentir lo mismo que cuando, vía "Ain't That Enough", el Songs From Northern Britain de TFC llegara a mí. Subyugante y ensoñador Atlas ha venido para quedarse y para servir de banda sonora no sólo a este verano sino a los que están por venir; en definitiva, para formar parte de nuestras vidas y de nuestros sueños. Para recordarnos que no está mal hacer una pequeña parada en la nostalgia pero que hay que continuar. Como esos discos de antes. ¿Recuerdas?


domingo, 11 de mayo de 2014

I'M READY


Nadie mejor que Johnny Winter, el cual se labraría su fama practicando un blues de alto octanaje rayano en el rock, para poner en valor la vigencia de un maestro como Muddy Waters (nacido McKinley Morganfield en 1913), que carecía de contrato discográfico tras la virtual desaparición de Chess Records y llevaba varios años alejado de los estudios de grabación. En plena explosión punk, el resultado de esa colaboración -Hard Again- volvería a hacer relevante para las nuevas generaciones ese blues eléctrico que había servido de inspiración a nombres como Chuck Berry para dar forma a esa música de tres acordes bautizada como rock'n'roll y sin el que no existirían luminarias como The Rolling Stones. Coronado con el éxito de público y crítica la continuación no se hizo esperar; menos de un año después, y sustituídas las hordas punk por una nueva ola, el albino músico de Texas -en su doble condición de productor y guitarrista- volvía a reunir al de Mississippi con su banda de carretera: el baterista Willie "Big Eyes" Smith, el pianista Pine Top Perkins y Bob Margolin, que en esta ocasión dejaría su puesto en las seis cuerdas para ocuparse del bajo, dejando esa labor en manos de un Waters (quien a diferencia de la anterior para esta grabación sí blandirá su mítica Fender roja) y de un viejo compinche de éste, Jimmy Rogers. De la armónica se ocuparía otra leyenda, Big Walter Horton, convirtiendo así I'm Ready no solo en la perfecta continuación de Hard Again sino en todo un homenaje al blues de Chicago.


"Thank you very much, here I go", presenta la viril voz de Muddy Waters, y da comienzo la fiesta: ya sean nuevas composiciones o imperecederos números de la vieja escuela, desde la declaración de principios del tema título hasta la despedida con el inmortal clásico de Sonny Boy Williamson, "Good Morning Little School Girl", los músicos musitan, ríen, disfrutan, tocan al unísono, interaccionan continuamente entre ellos, en definitiva, se divierten y, con ellos, el oyente; en todo momento parece que estemos ahí en medio, sentimos el percusivo ataque de la armónica de Horton, el profundo groove que desprenden las baquetas de "Big Eyes" Smith, oímos chisporrotear los amplificadores mientras la electricidad de las guitarras recorre nuestra espina dorsal y la voz, oh, la voz de Waters... cogiendo prestado el título de una de las bonus tracks que redondean la excelente reedición en CD que veía la luz en 2004: no hay escapatoria del blues.  


viernes, 25 de abril de 2014

¿LITTLE RICHARD Y LA CREEDENCE?


En 1970 Little Richard llega a los Fame Studios, en Muscle Shoals, para grabar su primer elepé en varios años, The Rill Thing, álbum del que se extrairía "Freedom Blues", el single más exitoso -colándose en el Top 50 del Billboard- desde su gloriosa etapa en Specialty. Pero hoy queremos traer su segundo siete pulgadas, esta pantanosa "Greenwood, Mississippi", compuesta por Travis Wammack, rey de la guitarra scratch, miembro de la Fame Gang desde finales de los 60 y uno de los arquitectos del swamp rock. Dadle al play y cerrad los ojos; ¿no parece que son Doug Clifford, Stu Cook y los hermanos Fogerty los que le cubren las espaldas al Sr. Richard Wayne Penniman?


Y de propina, la cara B. Buen fin de semana... WOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!!



miércoles, 16 de abril de 2014

LA PASIÓN DE LAURA PALMER

Bueno, al final tenía que suceder y sin que sirva como precedente aquí está la primera reseña "cinera" (como diría el amigo Guzz) que publicamos en Long Black Limousine. La elegida resultará muy obvia pero seguro que sabréis ser benevolentes... o eso espero.



La reina del baile
Con una Palma de Oro concedida por el Festival de Cannes en 1990 a Corazón Salvaje (particular cuento de hadas en clave de road movie donde conviven El Mago de OZ, Elvis, Sergio Leone y Edward Hopper) y con la primera temporada de Twin Peaks convertida en un fenómeno de masas gracias al enigma de "quién mató a Laura Palmer" David Lynch se encuentra en la tesitura de tener que desvelar dicho misterio antes de tiempo, presionado por los productores. La maniobra pronto se revela equivocada pues una vez descubierta la identidad del asesino la audiencia de la serie comienza a descender de manera irremediable lo que está a punto de acabar con su cancelación antes siquiera del fin de su segunda temporada, a la postre cierre precipitado de una serie que había supuesto un punto y aparte en la historia de la televisión.

Expectativas
Dos años después, nuevamente el Festival de Cannes, silencio, algún que otro abucheo, pataleos. Se acaba de proyectar Twin Peaks: Fuego Camina Conmigo. De la misma manera que una parte importante de la crítica se había rendido a la obra del cineasta de Montana hasta coronarla con la concesión de la citada Palma de Oro otra no menos relevante parte de ella ya había levantado la voz por dicho premio acusando a la película -y al cine de Lynch en general- de violenta y pornográfica. Sólo haría falta el anuncio del regreso de una película suya a las pantallas del festival para que los cuchillos comenzaran a afilarse, más cuando se conoció qué clase de proyecto era: una (supuesta) continuación de la serie que lo había encumbrado -momentáneamente y por última vez- ante el espectador medio. Por otro lado, buena parte de los amantes de Twin Peaks se sintieron extrañados ante una película donde a duras penas podían reconocer las señas de identidad del universo de aquella, no digamos ya los que la desconocían o no la habían seguido. Si a todo esto le añadimos una mala distribución, el fracaso estaba cantado.

"No tenemos plato especial"
Fuego Camina Conmigo nace de la necesidad de volver a un personaje muy querido por el director, personaje además muerto antes de tiempo, y por partida doble: en el tiempo fílmico y en el real (debido a la cancelación de la serie en 1991). Pero, ¿realmente a alguien que siguiese la trayectoria del director le pudo sorprender el enfoque del nuevo proyecto? David Lynch nunca ha ocultado ser un autor -no digamos ya tras su experiencia en Dune- que trabaja en primer lugar para él mismo. Sí, esto es Twin Peaks pero no vuestro Twin Peaks, los títulos de crédito de la película así lo atestiguan: perfilados y enmarcados por la luz que emana de un televisor mal sintonizado, formando una imagen hipnótica que se ve interrumpida por el grito en off de una mujer a la par que un hacha destroza violentamente dicho aparato. Luego, la aparición de un cadáver femenino pero no el cuasivirginal cuerpo fallecido de Laura Palmer sino el corrupto cuerpo de Teresa Banks, a cuyo asesinato se había remitido el agente Cooper en el episodio piloto. Por si no quedaran claras las diferencias con el producto catódico, la localidad donde es descubierta poco tiene que ver con el pueblo de Twin Peaks; en Deer Meadows (donde transcurre la primera media hora del filme) no hay sitio para la disposición, amabilidad y franca amistad del sheriff Truman, ni para deliciosos cafés recién hechos o apetecibles tartas de cereza, ni siquiera el agente especial encargado del caso, Chester Desmond (Chris Isaak), se parece al agente Cooper, carece de su bonhomía y de su sentido del humor. Y es que en el viejo/nuevo universo de Fuego Camino Conmigo no encontraremos rastro del sentido del humor que caracterizaba la serie. Deer Meadows es el reverso del pueblo de Twin Peaks, Fuego Camina Conmigo es Twin Peaks revelada en negativo y observada al microscopio. Sin maquillaje. Sin difuminar. La misteriosa desaparición del agente Desmond en el transcurso de la investigación y la posterior llegada de Dale Cooper así como las primeras notas de la conocida sintonía son el preámbulo para situar al espectador una vez más ante el letrero que da la bienvenida a los visitantes de la ciudad maderera. Ha transcurrido un año del asesinato de Teresa Banks.
  
Garmonbozia
Pocos mundos de ficción estaban tan bien sedimentados como los de la serie original pero ahora vamos a ser testigos directos de los últimos siete días de vida de Laura Palmer, vamos a conocer de primera mano a un personaje al que hasta ahora -como ocurría con el personaje homónimo de la película de Preminger- conocíamos por lo que los demás -enamorados de ella de una u otra manera- nos habían contado. Nos encontramos con una Laura Palmer que lleva desde los 12 años siendo visitada por el espíritu maléfico de Bob, el cual está a punto de conseguir su ansiada presa; lo único que la mantiene viva es alejar del abismo de prostitución y cocaína al que ella cayó irremediablemente tiempo atrás a su amiga Donna, interpretada en esta ocasión por una actriz distinta ante la negativa de Lara Flynn Boyle de repetir papel, lo que en nuestra opinión en vez de ser un perjuicio enriquece las posibles lecturas: no solo -evidentemente- los físicos son distintos sino que las actitudes de la Donna de la película y de la serie también, ¿no es por tanto posible que la muerte de su mejor amiga la lleve a experimentar ambos cambios al unísono? Aunque si algo puede provocar que nos replanteemos ese "mundo[...] de ficción (...) tan bien sedimentado[...]" es la visión del personaje del padre de Laura, Leland Palmer; si en Twin Peaks el personaje interpretado por Ray Wise parecía verdugo y víctima a la vez, aquí Bob no parece ser más que una máscara, una excusa para cometer los actos que tanto tiempo lleva anhelando cometer ("te pareces tanto a mi hija", le dice al personaje de Teresa Banks en uno de sus encuentros sexuales). Finalmente, y aquí es donde se revela calladamente subversiva, Fuego Camina Conmigo es una letal inmersión en lo más oscuro de la segura y feliz vida hogareña. Hogar que tras ser despojado de las cortinas que lo ocultaban del exterior deja ver un infierno de incesto, abusos y violencia paterna. Véanse secuencias como las de la cena en que un magistral Ray Wise, poseído gradualmente por Bob, acosa a su hija para que se lave las manos ante una impasible y muda madre para después llamar a su cuarto y pedirle perdón (¿o para despedirse de ella una vez que sabe -ambos lo saben- que el fin se acerca?).

Pero a su vez, el espectador atento es recompensado con la resolución -si eso es posible en el universo lynchiano- de algunas de las incógnitas que habían quedado abiertas tras la abrupta cancelación del serial. Sabremos de la naturaleza del lazo de unión existente entre el Manco y el Enano y apariciones como las de Annie, la novia de Cooper, en un sueño de Laura o de nuevos personajes como los del agente Jeffries (David Bowie), un agente con la capacidad de viajar en el tiempo (de ahí que conozca a Cooper aunque éste a él no e intente avisar infructuosamente a Gordon Cole y Albert Rosenfield, conocedor del destino que le depara tras quedar atrapado en la Logia Negra) confieren -en un nuevo requiebro de David Lynch- a la película el carácter de precuela/secuela (como en la Habitación Roja, el tiempo no sigue una estructura lineal). Con la escena del asesinato Lynch supera todo lo que podíamos haber imaginado; uno de los momentos más terroríficos del cine moderno que a duras penas puede redimir ese final que reúne a Laura Palmer (contrariamente a la opinión general la interpretación de Sheryl Lee nos parece soberbia) con el agente especial Dale Cooper, convertido ahora en su ángel custodio.


Desdeñosamente tratada -aunque reconozcamos que carece de la perfección de Terciopelo Azul o de que para su disfrute se deba estar empapado de las claves de su precedente televisivo- Fuego Camina Conmigo se revela como un filme clave en el cánon lynchiano, pues aún compartiendo las características formales de esta fase de su carrera (profusión de planos fijos para acentuar la sensación de desconcierto o extrañamiento, el uso de claroscuros, etc.) se puede entender como el primer y necesario paso (visto con la perspectiva del tiempo la escisión que sufre Leland Palmer no es tan distinta a la de los personajes de Bill Pullman o Naomi Watts, al igual que el tratamiento mobiusiano del tiempo) hacia la radical trilogía que abriría en 1997 la alambicada Carretera Perdida.



sábado, 12 de abril de 2014

BLACK LOVE


Nadie debería cargar con un secreto, es demasiado tarde cuando te das cuenta que se ha enquistado -corroyéndote por dentro como un maldito cáncer- y entonces, sólo entonces, comprendes que incluso matarías por que no saliese a la luz. Es lo que le ocurre al protagonista de Black Love. Sí, al protagonista ya que lo que Greg Dulli y su banda nos entregó en 1996 no era un mero conjunto de canciones sino la banda sonora de una película aún por realizar, la hipotética adaptación de un hipotético relato por descubrir de Jim Thompson con David Lynch tras la cámara... al menos en mi cabeza. Porque si hay un disco que he vivido, en el que he vivido, es éste, sin medias tintas, siendo absorbido en cuanto suenan esos ruidos que abren y cierran el "relato" que lo mismo pueden ser el eco de las vías de un tren o el estremecimiento de las entrañas de una ciudad (cómo no pensar en el tratamiento sonoro que acompañan los paisajes industriales de Cabeza Borradora o Terciopelo Azul); y cómo no dejarse arrastrar por ese secreto regado de alcohol y otras sustancias, ese secreto por el que merece la pena cometer un crimen, detonante de una fuga (¿una huida física, real o, tal vez una fuga psicogénica como la del Fred Madison de Carretera Perdida?) durante la que nos asomaremos a la culpa, el dolor, la desconfianza y la paranoia,... al menos en mi cabeza. ¿Os he dicho ya que vivo Black Love?.


Hasta aquí la historia, lo que se puede contar y lo que se puede interpretar -Greg Dulli nunca ha desvelado su significado, dejando al oyente/espectador que rellene los huecos con la ayuda de las fotografías que acompañan los textos de las 11 canciones-; la música, por su parte, no resulta más sencilla de desentrañar. En el seno de Black Love (nombre también de una marca de incienso -el que ilustra la portada- que obsesionaba a Dulli por aquellos años) copulan Mudhoney y Curtis Mayfield, el Let It Be de los Replacements y el What's Going On de Marvin Gaye, el post-punk y Motown, Seattle y Philadelphia. Es un polvo salvaje a altas horas de la madrugada que deja como testimonio unas sábanas manchadas de semen, sudor y sangre.

viernes, 4 de abril de 2014

EIGHT MILES HIGH(ER)


Gene Clark, Chris Hillman, David Crosby, Jim "Roger" McGuinn,... son los nombres indefectiblemente asociados a los Byrds de la misma manera que lo están obras imperecederas como Younger Than Yesterday, The Notorious Byrd Brothers o Mr. Tambourine Man. Pero en LBL -en nuestro corazón byrdmaníaco, más concretamente- tenemos reservado un lugar especial  a la formación que registrará el maravilloso Untitled (ya reseñado aquí). Con McGuinn a la cabeza, y durante tres años, Skip Battin, Gene Parsons y uno de los guitarristas más admirados en esta casa, Clarence White (quien llevaba en la órbita de la banda angelina desde la década anterior), protagonizaron una de las épocas -si no la mayor- más estables de un grupo, como ya dijimos, acostumbrado al continuo relevo de sus miembros. Dotados instrumentistas, compositores y cantantes, decir que era la formación que el músico eternamente identificado con la Rickenbaker de 12 cuerdas llevaba toda su vida buscando puede ser una exageración pero no hay lugar a dudas -al menos para los que no solemos creernos la simplona "Historia Oficial del Rock"- que junto a ellos The Byrds volvían a volar muy alto.