Frente al colorido paisaje caleidoscópico de San Francisco, un monocromo y agreste paisaje rural; frente a conejos blancos, pistoleros del lejano Oeste; frente a constelaciones zodiacales, visiones de un/el apocalipsis; frente a la (auto)indulgencia y los excesos del Verano del Amor, ascetismo. Las canciones del que suponía el octavo disco de Bob Dylan parecen enfrentar dos mundos, dos maneras de crear música; así, sea cierto o no, la imagen de unos Beatles ocultos tras el árbol que asoma en la portada de John Wesley Harding sirve de jocosa y curiosa metáfora. Subido a la parte de atrás de una destartalada carreta y en compañía de peregrinos, forajidos, santos y mártires, el de Minnesota emprende un viaje por apartadas veredas antaño transitadas, viaje que nos llevará de regreso a la tierra, al campo. Canciones que parecen escritas en los márgenes de una ajada Biblia, crípticas parábolas de una musicalidad sorprendente, arropadas por un sonido orgánico y lleno de vida: la melodiosa e infecciosa línea de bajo de Charlie McCoy en "As I Went Out One Morning", el ritmo de vals que imprime la sublime batería de Kenny Buttrey en "I Pity The Poor Inmigrant", la tan firme como etérea base blues de "Dear Landlord", el dulce corazón country de "I'll Be Your Baby Tonight"... No importa las veces que uno acuda a él o el tiempo que haya transcurrido desde la ocasión anterior, la continuación del mercurial, torrencial Blonde On Blonde establece una íntima e instantánea conexión con el oyente, un fogonazo al que, por supuesto, no es ajeno el trabajo vocal de un pletórico bardo (cojamos al azar "I Dreamed I Saw St. Augustine" o "The Wicked Messenger"). Tan solo nueve horas en el estudio de grabación para un pequeño gran triunfo con el que Dylan volvía a trazar una línea en el camino que otros seguirán un año después, una nueva senda que aquellos recorrerán ya sea ensuciando las de por sí mugrientas paredes de un aseo tras un mefistofélico festín, corriendo un tupido velo blanco sobre su archifamosa criatura, horadando el pasado y futuro de la música americana desde la Gran Rosa o lanzando besos a las hermosas chicas del rodeo.
domingo, 28 de diciembre de 2014
JOHN WESLEY HARDING
Frente al colorido paisaje caleidoscópico de San Francisco, un monocromo y agreste paisaje rural; frente a conejos blancos, pistoleros del lejano Oeste; frente a constelaciones zodiacales, visiones de un/el apocalipsis; frente a la (auto)indulgencia y los excesos del Verano del Amor, ascetismo. Las canciones del que suponía el octavo disco de Bob Dylan parecen enfrentar dos mundos, dos maneras de crear música; así, sea cierto o no, la imagen de unos Beatles ocultos tras el árbol que asoma en la portada de John Wesley Harding sirve de jocosa y curiosa metáfora. Subido a la parte de atrás de una destartalada carreta y en compañía de peregrinos, forajidos, santos y mártires, el de Minnesota emprende un viaje por apartadas veredas antaño transitadas, viaje que nos llevará de regreso a la tierra, al campo. Canciones que parecen escritas en los márgenes de una ajada Biblia, crípticas parábolas de una musicalidad sorprendente, arropadas por un sonido orgánico y lleno de vida: la melodiosa e infecciosa línea de bajo de Charlie McCoy en "As I Went Out One Morning", el ritmo de vals que imprime la sublime batería de Kenny Buttrey en "I Pity The Poor Inmigrant", la tan firme como etérea base blues de "Dear Landlord", el dulce corazón country de "I'll Be Your Baby Tonight"... No importa las veces que uno acuda a él o el tiempo que haya transcurrido desde la ocasión anterior, la continuación del mercurial, torrencial Blonde On Blonde establece una íntima e instantánea conexión con el oyente, un fogonazo al que, por supuesto, no es ajeno el trabajo vocal de un pletórico bardo (cojamos al azar "I Dreamed I Saw St. Augustine" o "The Wicked Messenger"). Tan solo nueve horas en el estudio de grabación para un pequeño gran triunfo con el que Dylan volvía a trazar una línea en el camino que otros seguirán un año después, una nueva senda que aquellos recorrerán ya sea ensuciando las de por sí mugrientas paredes de un aseo tras un mefistofélico festín, corriendo un tupido velo blanco sobre su archifamosa criatura, horadando el pasado y futuro de la música americana desde la Gran Rosa o lanzando besos a las hermosas chicas del rodeo.
jueves, 18 de diciembre de 2014
FRANCES THE MUTE
Tras enterrar en los albores del nuevo milenio a su anterior banda, At The Drive-In, el guitarrista Omar Rodríguez-López y el vocalista Cedric Bixler Zavala dieron forma a un nuevo proyecto con el que dar rienda suelta a su vertiente más arriesgada y experimental: The Mars Volta. Producido por Rick Rubin, su primer larga duración (De-Loused In The Comatorium, 2003) estaba inspirado en la muerte de su amigo Julio Venegas, un artista que se había suicidado después de sobrevivir a un coma inducido por una sobredosis. Convertido en un sorprendente éxito de crítica y público, su continuación nos llegaría dos años después. Abrazando de nuevo el formato conceptual, en esta ocasión tendría su luctuoso origen en unos diarios encontrados en posesión del teclista e ingeniero de sonido del grupo, Jeremy Michael Ward, fallecido por una sobredosis de heroína tras la edición del susodicho debut. De esos escritos, en los que un huérfano narraba la búsqueda de sus raíces, saldría la inspiración para Frances The Mute a través de cuyos surcos conoceremos la historia de Vismund Cygnus, apartado de su madre sordomuda nada más nacer por los mismos sacerdotes que la violaron y asesinaron, objeto ahora de la caza de un Vismund, drogadicto y seropositivo, que vende su cuerpo buscando infectar a los culpables. Jodorowsky en ácido soñando a Buñuel. Un cuento bilingüe de sexo, muerte, culpa, venganza y ¿renacimiento?
narrado por las crispadas, retorcidas -y finalmente bellas- melodías
vocales de Cedric.
viernes, 12 de diciembre de 2014
MIS 10 DE...
1) Soup (Blind Melon)
2) Tomorrow The Green Grass (The Jayhawks)
3) Forever Blue (Chris Isaak)
4) Dopes To Infinity (Monster Magnet)
5) Grand Prix (Teenage Fanclub)
6) Alice In Chains (Alice In Chains)
7) Walk On (John Hiatt)
8) Stanley Road (Paul Weller)
9) Mirror Ball (Neil Young)
10) Washing Machine (Sonic Youth)
lunes, 8 de diciembre de 2014
SOUP
En plena fiebre "alternativa", que tu debut fuese grabado en la ciudad de Seattle bajo la supervisión de Rick Parashar (que por entonces gozaba de las mieles del éxito merced a su trabajo en el Ten de Pearl Jam) como poco te garantizaba la atención inmediata de los medios. Si encima, como mascarón de proa contabas con un single irresistible, no podías esperar -como así fue- más que el éxito. Dicha canción ("No Rain") transmitía alegría, placidez y jovialidad, sensaciones acentuadas por su correspondiente vídeo, con los miembros de la banda ataviados con abalorios y ropajes de los 70 en un bucólico entorno. Poco importaba que, aun siendo una canción fantástica, no fuera el reflejo fiel de lo que en su interior podíamos encontrar: unos neo-hippies de los 90 transitando a su manera el camino hollado en el pasado por grupos como Grateful Dead, Allman Brothers o Lynyrd Skynyrd, diferenciándose así de muchos de sus contemporáneos. Con cuatro millones de copias vendidas de su álbum homónimo y tras ejercer de teloneros para estrellas como Lenny Kravitz, los Rolling Stones o Guns N' Roses, para su segunda obra Blind Melon se trasladan junto al productor Andy Wallace a la ciudad de Nueva Orleans. Ésta, con su mezcla de colores y culturas, su locura, su bullicio y su decadencia, se harán notar en todos y cada uno de los cortes de Soup. Frente al espíritu jammy que invocaba buena parte de su estreno discográfico, las nuevas composiciones son el resultado de la indudable madurez de unos músicos capaces ahora de reflejar mil y un matices en canciones que nunca sobrepasan los cuatro minutos. Sostenidos sobre la imaginativa batería de Glen Graham -con esas paradas que le hacen desaparecer del cuadro para asomar de nuevo impulsando la canción a nuevos e impredecibles territorios- y los personalísimos arabescos de las guitarras de Christopher Thorn y Roger Stevens, los nuevos temas semejan un tapiz salpicado de bellas y complejas filigranas. Mosaico de sonidos acústicos y grooves eléctricos; banjos, kazoos, vientos, pianos y cuerdas; jazz callejero, psicodelia y folk. Respirando la libertad de miras de obras como Nothing's Shocking o Led Zeppelin III. Y por encima, completando el mosaico, Shannon Hoon con su emocional y emocionante voz convertida en estremecedora correa de transmisión de las más puras y duras sensaciones: el desamparo, la necesidad de empatizar, el recuerdo de los que no están con nosotros, el vértigo de no saber cómo pedir ayuda, la esperanza ante una tan aterradora como deseada paternidad. Poco importa que ni la crítica ni el público lo entendiese, a los que Soup nos lleva acompañando casi veinte años nos basta con sumergirnos en él, perdernos en cada uno de sus vericuetos y dejar que ese reconocible temblor estremezca de nuevo nuestro cuerpo. Algo que sólo la música surgida del alma, de la vida, puede lograr.
miércoles, 3 de diciembre de 2014
ALL THOSE WASTED YEARS
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