viernes, 8 de agosto de 2014

LA IZQUIERDA DEL DIAL

Intenso y extenso (más de 550 páginas), Nuestro Grupo Podría Ser Tu Vida ocupa con todo merecimiento un lugar de excepción entre los títulos dedicados a la música rock. Con el subtítulo Escenas del indie underground norteamericano 1981-1991, el libro de Michael Azerrad nos sumerge de lleno en unos años donde mientras las ciudades de EEUU se llenaban de gente sin hogar desde las instituciones se predicaba que "América estaba de vuelta" o mientras más y más personas eran expulsadas del sistema éstas tenían que escuchar que había un nuevo "amanecer en América" ("America Is Back" o "Morning In America" fueron algunos de los eslóganes que llevaron a Reagan a la Casa Blanca). Unos años donde cualquier atisbo de pensamiento progresista o solidario era tachado de atentar contra el sistema -cuando no contra el país-, el mismo sistema que terminaría convirtiendo en dogma de fe aquella ecuación que equiparaba el triunfo con la cantidad de dinero que eras capaz de acumular. Nada nuevo bajo el sol. En esta coyuntura, Black Flag plantarían la semilla del hardcore sirviendo de inspiración para que -reinventando aquella máxima del "hazlo tú mismo"- decenas y decenas de jóvenes formasen sus propios grupos dando pie así a una escena donde músicos y público, sellos discográficos y emisoras de radio universitarias, fanzines y clubs formaban una misma red basada en el colectivismo y el asociacionismo.

La filosofía straight edge de Minor Threat, el globo etílico de The Replacements, el cosmopolitismo artístico e intelectual de Sonic Youth o el circo bizarro de Butthole Surfers son algunos de los retratos que dibuja la pluma militante de Azerrad (la lista la completan, hasta llegar a trece, los citados Black Flag, The Minutemen, Mission Of Burma, Dinosaur Jr, Big Black, Hüsker Dü, Fugazi, Mudhoney y Beat Happening). De manera vívida somos transportados a esa convulsa escena, a veces violenta, siempre excitante; viajaremos en el interior de destartaladas furgonetas, asistiremos a conciertos con audiencias de seis personas, veremos peligrar nuestra integridad física en conciertos atestados de jóvenes punks sobrados de testosterona y frustración, dormiremos en suelos regados con orina de gato pero también veremos nacer sellos discográficos sin los que no se podría entender parte de la mejor música surgida en las décadas de los 80 y los 90 (SST, Dischord, Sub Pop...), seremos testigos de cómo -muchas veces entre las cuatro paredes de destartalados sónatos- surgieron las canciones que terminaron nutriendo discos seminales como Double Nickels On The Dime, Let It Be, EVOL o Zen Arcade. Seremos, en fin, privilegiados observadores de tantos momentos de gloria como de miseria. ¿Valió la pena? ¿Se aprendió algo? ¿Fue todo un espejismo? Quizá lo único claro, como concluye Peter Prescott, batería de Mission Of Burma, al interrogarse por el legado de su banda es que: "Nunca fuimos una mierda". Lo que no es poca cosa.